'Lo que no se narra no existe'. Hablamos con Ana Saavedra, presidenta de la Asociación Mirabal, sobre la violencia machista en el rural gallego

Por Noelia Uceira Vilar
Con motivo del 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, hablamos con Ana Saavedra, presidenta de la Asociación Mirabal. Superviviente de violencia de género y al frente de la entidad desde hace diecisiete años, Ana conoce de primera mano las carencias, los miedos y los silencios que aún rodean a las víctimas, especialmente en el rural gallego. Su propia experiencia fue el motor que la llevó a fundar Mirabal, hoy referente en el acompañamiento psicológico, jurídico y social a mujeres y sus hijos. Desde esa mirada valiente y honesta, Ana reivindica la importancia de contar lo que sucede, porque, como recuerda, 'lo que no se narra y no se cuenta, no existe'.
¿Cómo y cuándo surgió la Asociación Mirabal?
Mirabal nace de una necesidad muy concreta que yo misma viví. En 2001 sufrí violencia de género en una época en la que todavía no existía la Ley de Violencia de Género, que llegó en 2004. Pasé por un proceso muy largo: el juicio penal fue en 2005 y el divorcio en 2008. En todo ese 'peregrinaje' me di cuenta de que había un vacío enorme en el acompañamiento a las víctimas. A partir de esa experiencia y de que cada vez más mujeres venían a preguntarme '¿cómo hiciste para separarte?, ¿cómo saliste adelante?', surgió la idea de crear la asociación. Mirabal nace, por tanto, de la experiencia en primera persona y de ver que hacía falta un espacio de apoyo real.
¿Qué motivó su fundación?
Lo que la motivó fue, sobre todo, la sensación de abandono que vivíamos las víctimas en aquel momento. No había ley específica, no había recursos claros y las mujeres venían casi a escondidas a pedirme consejo: cómo separarse, cómo denunciar, cómo seguir adelante... A eso se sumaba el estigma social: comentarios como 'algo harías', 'te lo merecerías', 'mi hija también tuvo que aguantar'… Todo eso me hizo ver que no podía quedarme solo con mi caso, que hacía falta una estructura para acompañar, informar y sostener a otras mujeres que estaban pasando por lo mismo.
¿Por qué el nombre 'Mirabal'?
El nombre 'Mirabal' está directamente ligado al 25 de noviembre, Día Internacional contra la Violencia de Género, que se conmemora en recuerdo de las hermanas Mirabal, de las primeras mujeres que lucharon contra un régimen profundamente machista. Ese nombre lo adopta la ONU para la fecha, y yo sentí que tenía todo el sentido que la asociación se llamara así. Además, aquí en Betanzos no podía poner 'Asociación de Víctimas de Violencia de Género', porque entonces todo el mundo sabría quiénes son las víctimas que acuden. 'Mirabal' es un nombre que solo entienden realmente quienes trabajan en esto (Xunta, CIM, CRIM, centros de atención especializada) y eso protege a las mujeres que vienen.
¿Cuál dirías que es tu función dentro de Mirabal?
Mi función principal es estar al lado de ellas: acompañarlas en los procesos, orientarlas, coordinar al equipo y ser un poco el hilo conductor entre sus necesidades, los recursos y las instituciones. Incluso empecé a formarme en el ámbito jurídico, llegando a estudiar Derecho aunque no terminé la carrera por problemas de salud. Aun así, me manejo muy bien en todo lo relacionado con la Justicia y el acompañamiento a víctimas.
¿En qué zonas ejerce la asociación?
Trabajamos en todo el Partido Judicial de Betanzos y también en el ámbito de Violencia de A Coruña. En el Partido Judicial de Betanzos abarcamos diecisiete ayuntamientos, desde Cabañas y Pontedeume hasta Sobrado dos Monxes. Además, en el área específica de A Coruña atendemos también a mujeres de municipios como Arteixo, Cambre, Oleiros y toda la zona que entra dentro de ese partido judicial.
¿Cuáles son los principales retos que enfrentáis?
Uno de los grandes retos es acompañar a las víctimas en todo el proceso sin dejar ningún flanco descubierto: desde el momento en que se plantean contar lo que les pasa hasta la recuperación psicológica y social. Nos llegan derivadas de muchas vías (juzgados, Guardia Civil, llamadas de amigas, centros de información a la mujer) y cada caso es muy complejo. Hay miedo a denunciar, desconocimiento de los derechos, cargas familiares, dependencia económica, secuelas psicológicas muy profundas y, muchas veces, hijos afectados. También tenemos que lidiar con tiempos judiciales largos en la parte penal y con la sensación de angustia que eso genera en las mujeres durante meses o incluso años.
¿Qué hace diferente atender en el rural frente al urbano?
En el rural es muchísimo más complicado llegar a las mujeres. Muchas no tienen carné de conducir y dependen del marido para ir al médico, a la compra o a la farmacia. Son zonas de casas muy separadas donde todo el mundo se conoce: el de la farmacia conoce al marido, en la tienda también… Eso hace que ellas se sientan muy vigiladas y con poco margen para pedir ayuda. A veces el propio agresor entra con ellas en la consulta médica, justifica golpes y caídas, las tacha de 'locas' y las aísla aún más. En lo urbano hay más anonimato y más recursos cercanos, pero en el rural el control y el aislamiento son un muro enorme.
¿Qué tipo de ayuda ofrecéis?
Nuestro servicio principal es el acompañamiento psicológico, que suele ser individualizado porque muchas mujeres del rural no quieren grupos ni contar su historia delante de otras. Además, ofrecemos acompañamiento jurídico: resolvemos dudas sobre denuncias, órdenes de alejamiento, medidas civiles, custodia, pensiones… y explicamos qué hay detrás de una denuncia y qué derechos tienen. También ayudamos con todo el papeleo: solicitudes de ayudas económicas, trámites de extranjería y nacionalidad, citas en el INEM/SEPE… Muchas llegan tan anuladas que ni siquiera saben pedir una cita o darse de alta como demandantes de empleo. Y, cuando hace falta, también cubrimos necesidades básicas: recibos de luz, agua, alimentos, gracias a pequeñas donaciones que recibimos.

¿Cómo es el proceso desde que una mujer se pone en contacto con vosotros hasta el día a día de acompañamiento?
A la mujer podemos llegar por muchas vías: juzgado, Guardia Civil, una llamada de una amiga, un CIM… Desde ese primer contacto la acompañamos en todo. Si decide denunciar, vamos con ella a la Guardia Civil o a la Policía; si hay parte de lesiones, la acompañamos al médico; entramos con ella en sala en las vistas rápidas; estamos presentes durante el proceso judicial y, una vez pasa esa fase, empezamos la parte más larga: la recuperación. Ahí entran la atención psicológica, el apoyo para gestionar ayudas, formación, trámites administrativos, etc. No nos quedamos solo en 'pon la denuncia', sino que estamos en el antes, el durante y el después.
Cuando una mujer os llama por primera vez, ¿qué pasa después?
Lo primero que hacemos es una entrevista inicial conmigo y con mi equipo. En esa entrevista escuchamos su historia, analizamos la situación y valoramos qué es denunciable, qué no lo es, qué riesgos hay y qué recursos necesita. También filtramos posibles casos en los que pueda haber exageración o confusión (que no es lo habitual), porque es importante no animar a una denuncia sin base. A partir de ahí, marcamos un itinerario: si procede, acompañamiento a denunciar, derivación a apoyo psicológico, orientación jurídica y seguimiento. Todo desde el respeto y sin juzgar.
¿Qué significado tiene para vosotros el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer?
Para mí no es un solo día, son los 365 días del año. El 25 de noviembre es una fecha simbólica, ligada a la memoria de las hermanas Mirabal y de todas las mujeres que luchan contra la violencia machista. Pero nuestro trabajo es diario. Ese día, para mí, es sobre todo un homenaje a las supervivientes, a las que están saliendo, a las que quieren salir y a las que están intentándolo. Y también un recordatorio de que hay que individualizar cada caso, no meter a todas las víctimas en el mismo saco: cada mujer, cada hijo, cada historia tiene una problemática social diferente.
¿Qué actividades hacéis en torno a esa fecha?
Hacemos actividades durante todo el año, no solo en torno al 25N. Vamos a colegios para sensibilizar a menores, trabajamos la prevención y hablamos de violencia machista de forma adaptada a su edad. También organizamos terapias sensoriales, porque creemos en el poder de la música y los sonidos para ayudar a sanar emociones muy tapadas durante años. Una de las últimas ideas que estamos poniendo en marcha es una salida de fin de semana con niños y niñas que han vivido violencia en sus casas, para que tengan un espacio de ocio, desconexión y respiro. Son criaturas que han mamado esa violencia durante mucho tiempo y necesitan experiencias positivas que les recuerden que su vida puede ser otra.
¿Qué mensaje os gustaría lanzar a la sociedad y a las mujeres que puedan estar sufriendo violencia?
A la sociedad le diría que no sea cómplice. Si escuchas gritos, golpes, una situación extraña en el piso de al lado o sabes que en tu barrio hay una mujer sufriendo, basta con levantar el teléfono. La denuncia puede ser anónima; la policía no va a decir 'ha llamado tu vecino'. Igual que en la pandemia hacíamos de 'policías de balcón', deberíamos tener esa misma reacción cuando sospechamos de un episodio de violencia de género. Y en los trabajos, si ves a una compañera marcada, que baja el rendimiento o cambia de actitud, preocúpate: hoy hay protocolos y guías para actuar.
A las mujeres que sufren violencia les diría que cuenten lo que les pasa. Como dice una frase de Pardo Bazán que me encanta: 'Lo que no se narra y no se cuenta, no existe'. No hace falta que lo vivan solas. Y siempre repito lo mismo: 'Cuando el amor aprieta, igual que los zapatos, no es tu talla'. El amor no tiene que hacer daño ni humillar.
¿Con qué obstáculos os chocáis más a la hora de ayudar?
Tenemos muchos frentes abiertos. En lo judicial, la instrucción en violencia suele ser rápida, pero la fase penal hasta la condena puede tardar un año o año y medio, y en ese tiempo la víctima vive con muchísima angustia, pendiente de pensiones, medidas civiles, juicios… En vivienda, hay problemas con el empadronamiento porque algunos propietarios no quieren empadronar a las mujeres, y sin empadronamiento no hay ayudas. A veces los pisos son de los suegros y están en situación precaria.
En lo económico, si ella arrastra deudas con Hacienda o Seguridad Social, se complica que reciba ayudas o que pueda tener una cuenta bancaria. Las ayudas específicas para víctimas son muy limitadas: hay una ayuda de unos 467 euros durante tres años; si de ahí pagas un alquiler, no te queda prácticamente para comer ni para calzar a tus hijos. Y luego está el desempleo o la dificultad para acceder al mercado laboral tras años de anulación psicológica.
¿Qué recursos harían falta para mejorar la situación?
Lo primero, trabajo. Ellas no quieren vivir de ayudas, quieren sentirse útiles y ser económicamente independientes del maltratador. Harían falta más oportunidades laborales, aunque fueran contratos temporales pero medianamente estables, pensados específicamente para víctimas. También más recursos para cubrir necesidades básicas (vivienda, suministros, alimentación) sin tantas trabas burocráticas. Y facilidades para que las ayudas no dependan tanto de que estén empadronadas o libres de deudas, porque muchas llegan a esa situación precisamente por el maltrato y la dependencia económica.
¿Qué cambios políticos, sociales o institucionales consideráis urgentes?
En lo político e institucional, es urgente revisar el acceso a la vivienda: ahora mismo se piden dos nóminas, aval bancario, condiciones casi imposibles para una mujer que acaba de salir de una relación violenta y que no tiene estabilidad económica. Si no la empadronan, no cobra ayudas. Habría que ajustar esos requisitos para las víctimas de violencia de género y garantizar que puedan acceder a un alquiler digno. También es importante que las instituciones entiendan que detrás de cada expediente hay una historia compleja y que la respuesta no puede ser la misma para todas.
¿Cómo puede una persona o entidad colaborar con vosotros?
Se puede colaborar de varias formas. Tenemos voluntariado, aunque en zonas pequeñas como Betanzos el voluntariado joven es complicado, porque muchas veces son chicos y chicas del mismo pueblo y tienden a comentar en casa lo que ven, lo que choca con la protección de datos y la confidencialidad de las víctimas. También se puede ayudar con donaciones económicas que siempre pasan por el banco, nunca en efectivo: con ese dinero pagamos luz, agua, alimentos y otras necesidades urgentes de las mujeres y de sus hijos. Y luego está la difusión: compartir nuestro trabajo, nuestras actividades, donar juguetes que luego repartimos… Todo suma y todo ayuda a que podamos llegar a más gente.
¿Dónde pueden encontrarlos quienes necesiten ayuda?
Nos pueden encontrar a través de redes sociales como Facebook e Instagram, y también aparecemos en Google y en Páginas Amarillas. Tenemos una página web que ahora mismo está en proceso de actualización, porque son muchos años y hay que revisarla. Otra vía es llamar a la Xunta: desde allí pueden derivar a las mujeres directamente a nuestra entidad, donde encontrarán teléfonos, correos y localización para ponerse en contacto con nosotras.
Y para cerrar, ¿qué te gustaría decir hoy a una mujer que está dudando en contactaros?
Que no tenga miedo a contarnos su historia. Nosotras no estamos aquí para juzgar a nadie: no somos Dios ni estamos en los zapatos de ninguna mujer. Puede venir aunque no quiera denunciar, aunque solo necesite desahogarse y soltar la mochila que lleva a la espalda desde hace años. No le vamos a llamar 'tonta' ni le vamos a reprochar nada. Solo le diría: cuéntalo, manifiesta lo que te está pasando. Hazlo por ti y por tus hijos. Tenemos una sola vida, y aunque el camino sea duro, de esto se sale. Y no tienes por qué hacerlo sola.
Antes de terminar, me gustaría subrayar que el maltrato no es solo físico. Muchas mujeres sufren violencia psicológica tan fuerte que acaban creyendo que no valen para nada. He visto jefas de cocina que sirven 120 menús al día y luego llegan a casa y no se ven capaces ni de freír un huevo porque les han repetido tantas veces que 'no sabes hacer nada' que se lo creen. También hay abusos sexuales dentro de la pareja, violaciones no consentidas, y niños y niñas muy pequeños que han sufrido abusos. Esto no va de 'un empujón un día', va de años de destrucción emocional y de criaturas creciendo en ese entorno.