Hablamos con Sés de su libro-disco ‘Nadando na incerteza’, donde reivindica la canción ‘autosuficiente’

Sés acaba de lanzar ‘Nadando na incerteza’, un nuevo trabajo en formato libro-disco que reúne las canciones del álbum y las acompaña con textos escritos por ella misma. La artista explica que la idea nació al ver ‘cómo el disco está desapareciendo como objeto’ y también de su manera de presentar las canciones en directo, contextualizándolas antes de interpretarlas, algo que ahora quiso trasladar al papel.
En lo sonoro, la propuesta se inclina hacia un registro más crudo y acústico. Sés asegura que, como oyente, está ‘empalagada de este momento de producción tan densa’ y que buscó un disco en el que se puedan distinguir con claridad letra, melodía y canción, sin que la producción se coma lo esencial. Además, define el proceso como un punto de inflexión personal: asumió más tareas de lo habitual en la cadena de grabación y preparación del material antes de la mezcla y masterización.
¿En qué momento decidiste que querías hacer el trabajo como libro-disco y no solo como álbum?
Nació por dos razones muy claras. Por un lado, porque tengo la sensación de que el disco está desapareciendo como objeto, y me apetecía recuperar esa dimensión material. Y, por otro, porque mucha gente (personas con las que trabajo y también amistades) dice que una de las cosas que caracteriza mis conciertos es que suelo introducir las canciones, contar algo antes de cantarlas. Antes era más habitual, ahora ya no tanto, y pensé que podía ser bonito que esa parte, ese contexto que se da en directo, quedase también como algo escrito.
¿Cómo imaginas que el público va a entrar en ese formato: primero el disco y después el libro, al revés, o como sea?
Yo no quiero meterme en decirle a la gente cómo tiene que consumirlo. Si fuese yo, supongo que primero escucharía el disco entero y luego iría a los textos, e incluso leería en orden. Pero está pensado para que se pueda hacer de cualquier manera: que alguien llegue a una canción a partir de un texto, que otra persona ni lea y solo escuche, o que haya quien se interese más por lo que hay en el libro que por lo que hay en el disco. Además, a mí me hace mucha ilusión que haya público que me escuche por lo que digo y también público que me escuche a pesar de lo que digo. Y eso me parece un triunfo: que la música funcione incluso cuando no pensamos igual.
¿Por qué llegaste a un sonido tan acústico y con tan poco artificio?
Porque como oyente estoy un poco empalagada de este momento de producción tan densa, donde a veces parece que hay más producción que canción. Yo escucho gente nueva y no lo fiscalizo, pero casi todo lo que me aparece va en esa línea de sobreproducción. Como creadora, necesitaba ir a algo más esencial: que se pudiese diferenciar perfectamente la letra, la canción y la melodía, y que eso fuese lo nuclear del disco.
¿Te costó centrarte tanto en la voz y recortar producción?
Sí, y fue una mezcla rara: por un lado fue liberador; pero por otro, yo tiendo mucho a pensar ‘aquí molaría meter una voz’, ‘aquí molaría meter este momento’. Y como era una decisión tomada, tuve que atarme y cortar mucho, porque la tendencia era añadir cosas. Aun así, incluso conteniéndome, sentí que el proceso fue liberador.
¿Fue un aprendizaje que te va a marcar en los próximos discos?
Aprender, siempre se aprende, pero lo más importante en este disco no fue tanto la composición como asumir más partes del proceso de las que asumía antes. Yo me encargué de la grabación y de dejar todo grabado y editado, para después pasarle ese material a mi equipo técnico para la mezcla y la masterización. Y eso sí que fue un pequeño salto, un punto de inflexión: hay más de mí aquí porque asumí más.
¿Sientes que este trabajo es un ‘punto de inflexión’?
Sí, lo veo como un punto de inflexión, aunque no lo hice pensando ‘voy a hacer un punto de inflexión’. Hice el disco y, después, al mirarlo con distancia, me di cuenta de que hay un cambio: ya no asumo solo las partes que asumía antes, sino más. Es como un pequeño salto de nivel, sobre todo en el proceso.
¿Da más vértigo exponerse en un disco así, con pocos elementos?
Yo siento que siempre me expongo mucho. Lo que pasa es que cuando le quitas lo instrumental y quedan pocos elementos, como oyente es más fácil centrarnos en la voz y en lo que se dice. Pero yo creo que, en realidad, todos mis discos son ‘un poco como este’: la molécula de la que parto es muy similar, solo que cuando hay más cosas alrededor tienes que repartir la atención. Aquí hay más apuesta por dejar la canción tal cual y confiar en que es suficiente.
Has dicho muchas veces que no eres ‘cantante’, sino ‘cantora’. ¿Cómo se concreta eso en este disco?
Se concreta en un detalle muy particular: en este disco, salvo dos temas, el resto son contemporáneos. En otros trabajos yo podía escoger temas compuestos ese año, otros de hace cinco, otros de más atrás… Aquí no. Como estamos en un momento colectivo muy peculiar, y yo soy muy permeable y también frágil, todo este ‘seísmo’ me afectó y me apetecía hablar de lo que siento ahora, en este momento. Y para poder defender cada tema desde la visceralidad y desde la credibilidad, tenían que estar hechos ahora.
Hay una parte de la conversación en la que hablas de método, oficio y visceralidad. ¿Tú dónde te colocas?
Yo me siento más visceral. Hablamos de que en el arte (como en el deporte) hay gente muy metódica, que tiene la virtud del método, y eso es algo que yo admiro muchísimo. Pero yo, modestamente, creo que soy más ‘Maradona’ en ese ejemplo: más pulsión. Eso no quita que el oficio exista (la música también es oficio) y que haya que entrenar, leer, consumir ideas profundas, porque el cerebro es un músculo. Y tampoco quita que haya artistas metódicos que me parecen extraordinarios; pongo el ejemplo de Drexler, a quien admiro muchísimo, y es metódico y, aun así, hace temazos. Al final son formas de ser y de escribir.
¿Qué te removió más: crear el disco o preparar el letrario/cancionero?
El disco. El letrario fue más una lucha moral con mi lengua. Yo no me atrevería a hacer un letrario si no fuese porque creo que es necesario normalizar que las personas hablantes de una lengua que está muriendo puedan acceder también a obras de este perfil, igual que pueden los hablantes de lenguas francas. Después hay trabajo de edición, fotos, textos, pero no es el mismo nivel de creación que hacer un disco.
Al recopilar letras, ¿encontraste cosas que hoy no escribirías? ¿Te arrepentiste de algo?
Arrepentirme, no. Evidentemente hay cosas que hoy no escribiría, porque soy una persona mutable. Pero más que arrepentimiento, lo que me da es ternura: leer textos de hace tantos años, incluso cuando ya no me gustan tanto, porque son de ese momento y hablan de quién yo era.
¿Qué te pareció importante incorporar en el letrario, más allá de juntar las letras?
Puse en cada texto el año en el que fue escrito, aunque después la canción se grabara mucho más tarde. A mí me gusta mucho ver evolución cuando leo obras completas, sobre todo de poesía, y me parecía importante darle eso también a quien lea: que pueda ver que un texto puede ser de 2012 y acabar grabado en 2021, por ejemplo. Ayuda a entender caminos y cambios.
La salida del disco coincidió con que se hiciese ‘noticia’ cantar en gallego en Operación Triunfo. ¿Cómo lo viviste?
Con un sabor agridulce. Por un lado, da gusto que a la gente le guste. Pero, por otro, me parece triste que eso se lea como noticia, cuando en otras lenguas del Estado se vive como algo normal. Yo decía: si fuese un chico andaluz cantando en otra lengua, la lectura sería ‘qué bien, un Estado pluricultural y plurilingüístico’. En cambio, nosotros seguimos muy reducidos.
¿Dirías que este disco también se puede leer como una pausa frente al ruido y las redes sociales?
Puede parecer eso, pero yo no lo hice como una estrategia racional. Fue más por necesidad. A mí me aturde el momento actual: odio las redes sociales y la cantidad de estímulos que te están pidiendo atención todo el tiempo. Yo necesitaba escuchar ‘dos cosas’ autosuficientes, verdaderas y crudas. No quería 50 cosas por encima ni estar buscando sonoridades, porque sonoridades ya he escuchado todo el tiempo: echaba en falta escuchar letra y escuchar canción.
Siguiendo en esa línea, ¿dirías que estamos perdiendo maneras básicas de relacionarnos?
Sí, muchísimo. Estamos perdiendo la costumbre de tocarnos, mirarnos, hablarnos. Y parece que llamar por teléfono se considera casi una agresión. Yo cuento experiencias cotidianas: estar whatsappeando y pensar ‘si esto se resolvía en dos minutos llamando’. Y además, como no hay tono ni gestos, acabas poniendo emoticonos para que se entienda que vas de broma. Todo eso me parece absurdo y síntoma de algo: estamos olvidando que somos humanos y que la conversación directa también es necesaria.
Dentro de años, ¿qué te gustaría que quedase de este trabajo?
No me gustaría que quedase el objeto (ni el libro, ni el disco, ni el letrario). Me gustaría que quedase una sensación: la de apertura y cuestionamiento. Que algo del proyecto ayude a abrir el foco, ver la realidad de otra manera, aceptar nuestra complejidad y también permitir emoción intensa. Yo soy intensa, y en un momento en el que todo parece tan lánguido, creo que hay que atreverse a sentir, a pensar, a impugnar supuestas verdades, y a debatir con vehemencia, sí, pero también con fraternidad. Atrevámonos a ser humanos.